Cuenta la leyenda que a finales del siglo XVII, en el palacio de Orive de Córdoba, vivió el Corregidor Don Carlos de Ucel y Guimbarda, viudo, con su hija Blanca. Una noche pidieron albergue en la casa unos hebreos y el Corregidor les permitió dormir en el zaguán. Pero, en vez de dormir, los huéspedes encendieron una vela, rezaron unas oraciones y la tierra se abrió. Los hebreos descendieron por una escalera de mármol que apareció y, al poco rato, aparecieron de nuevo en la superficie, con un cofre cargado de oro. Al amanecer se despidieron del dueño y se marcharon.
Blanca, la hija del Corregidor, que esa noche los había estado observando por el ojo de la cerradura, quiso hacer lo mismo que los hebreos a la noche siguiente, así que encendió la vela, rezó y la tierra volvió a abrirse, apareciendo la misma escalera, por la que la muchacha descendió en compañía de una criada.
Habiéndose demorado más de lo conveniente, la vela se consumió, cerrándose la tierra y la única que pudo escaparse fue la criada. Bajo la tierra quedó enterrada para siempre Blanca sin que, por más excavaciones que el padre realizó, fuera posible encontrarla.
Dicen que todavía hoy, al separar de la pared el cuadro de un Cristo en una casa del Huerto de San Pablo, que linda con la casa de Orive, pueden escucharse los gritos agónicos y aterrorizados de una mujer joven, y hay quienes aseguran que una sombra misteriosa recorre de noche toda esta casa, asegurando que es el alma de Blanca, que aún vaga por sus habitaciones.
Palacio de Orive, Córdoba.
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